En el imponente Páramo de Sumapaz, donde las nubes se convierten en remolinos y los vientos susurran secretos ancestrales, está el hogar de un ser milenario: el frailejón. Para los antiguos muiscas, habitantes de esas tierras hace más de 800 años, un símbolo de la vida y protector de los ciclos naturales que sostienen la existencia hasta el día de hoy.
Sin su presencia, la vida se marchitaría como un sueño al amanecer. La importancia del frailejón va más allá de su función ecológica. Es un símbolo viviente de la resiliencia y la adaptación en un mundo donde el rugido de las máquinas, el hambre insaciable por la tierra, la expansión agrícola, la ganadería, y la urbanización ejercen una presión constante sobre su frágil ecosistema.
Aunque la minería, por ley, está prohibida en los páramos de Colombia, las concesiones mineras otorgadas antes de estas regulaciones aún representan una amenaza latente. Y según un informe del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales –IDEAM–, más del 50 por ciento de los páramos del país ya muestran signos de degradación debido a la actividad humana.
Los páramos, que ocupan un papel crucial en la regulación del ciclo hidrológico, son también los protectores silenciosos de los glaciares que alimentan las cuencas hídricas de la región. En ellos los frailejones actúan como esponjas naturales, capturando y reteniendo agua que luego es liberada gradualmente, asegurando así el flujo constante de ríos y arroyos en varias partes del país.
Organizaciones sin ánimo de lucro como Cumbres Blancas y Parques Nacionales de Colombia han iniciado campañas de restauración y conservación, plantando miles de frailejones en áreas degradadas para revitalizar estos ecosistemas, ya que su desaparición no solo significaría una pérdida ecológica, sino también una amenaza directa para el suministro de agua de millones de personas.
En la mitología muisca, se creía que los elementos naturales, como las montañas y los ríos, estaban habitados por espíritus protectores, y que cualquier daño a estos lugares sagrados traería consecuencias nefastas. Aunque no existe un mito muisca específico sobre el frailejón, es fácil imaginar que su desaparición sería vista como un mal augurio, una ruptura del equilibrio natural que podría traer calamidades.
Esta perspectiva nos invita a reflexionar sobre el verdadero valor de la naturaleza y el impacto de nuestras acciones en el delicado equilibrio de estos ecosistemas donde cada frailejón que se mantiene en pie es un latido de esperanza y una promesa de que la vida puede prevalecer si elegimos el camino correcto.